Durante muchos años estuve presa y privada de libertad. No estaba en ninguna cárcel, ni encerrada, pero me sentía perdida, asustada y no veía salida. Mi cárcel era yo misma y, mis carceleros o fantasmas, como yo los llamaba, eran mis miedos y mis pensamientos, que no me dejaban vivir en paz.
Estuve así durante más de 10 años, con crisis de ansiedad, estrés y ataques de pánico, hasta que nació mi primer hijo, mi gran maestro. Él me dio la fuerza que necesitaba para enfrentarme a mi misma y lograr vencer a mis fantasmas. No fue nada fácil, pero ¡los vencí!
¿Y cómo lo hice? Pues armándome de valor, buceando en mí misma, para conocerme y reconocerme, tomando conciencia de mis pensamientos, mirando cara a cara a mis miedos, aceptando los retos que me ponía la vida y aprendiendo de cada uno de ellos, ampliando la mirada hacia nuevas posibilidades, permitiéndome sentir, equivocarme y parar. Para este proceso tuve grandes aliados: la terapia, el coaching, la meditación y mi pareja.
Desde entonces, continúo explorando fuera y dentro, esto ya se ha convertido en un estilo de vida. Fuera, sigo buscando personas, momentos, experiencias y proyectos que me hagan vibrar y, dentro, me sigo sumergiendo cuando algo me bloquea o me remueve, para ver qué aprendizajes me trae.
Y ya no me siento presa, ahora me siento LIBRE:
Todo lo que me tenía presa estaba dentro de mí y hay veces que siguen apareciendo pensamientos que quieren coartar mi libertad, pero ya sé que tengo herramientas para librarme de ellos, lo que me empodera, sintiéndome en libertad y con paz interior.
Tal fue el impacto que tuvo en mí este proceso de vida, que decidí que acompañaría a otras personas a sentirse libres, a descubrir sus brillos y talentos, a ver qué los estaba haciendo presos en sus relaciones personales, en sus trabajos, en sus vidas…porque con el tiempo he ido viendo que hay muchas, demasiadas personas que se están privando de libertad.